Destino
Había sido
un día maravilloso, el sol había brillado en su mayor esplendor.
Cuando
despertó esa mañana se peinó la maraña de pelos y también la de
pensamientos. Ya era hora. Era hora de crecer, de quererse un poco (o
mucho) más, de dejar atrás todo aquello que no le hacia feliz, como
esos pantalones que ya no le valen o esas fotos que ya no le
trasmiten nada. Tenía una herida y solo le quedaban dos opciones, o
dejar que la infección se propague o echarse alcohol, que escuece,
duele, pero cura.
Y así lo
hizo, se arrancó la tirita y se curó. Se curó de los besos, de los
te quieros, de los momentos secretos.
Recogió
todo lo que le hacia recordar, lo guardó en una bolsa y lo tiró. Ya
no necesitaba recordar lo que no había podido tener.
Se aseó, se
vistió como más le gustaba y decidió salir a disfrutar del sol,
del aire puro, de todo aquello que te ofrece el mundo cuando lo miras
con nuevos ojos.
Ya no quería
esconderse, quería disfrutar, quería ser fiel a sus sentimientos y
a su persona.
Pasó por
delante de una cafetería a la que nunca se atrevió a entrar por
vergüenza. Allí se tomó un café delicioso y se lamentó de no
haber entrado antes. Salió del
local y anduvo por lugares desconocidos, pero a la vez tan conocidos,
y se prometió que no volvería a ver el mundo de tonalidades
oscuras.
Había
adoptado la costumbre de pasear por esa zona, se había convertido en
su lugar favorito, las calles eran anchas, un parque se encontraba
cerca y el ruido de los niños jugando envolvía el ambiente. Le
recordaba lo fuerte que se había vuelto, lo mucho que había
madurado.
Estaba tan
pendiente de absorber todo con la mirada que no se dio cuenta de que
alguien iba igual de absorto en todo lo que le rodeaba. Ninguno de
los dos vio al otro. Cuando chocaron unos ojos centelleantes se
encontraron con otros brillantes, una sonrisa humilde se encontró
con otra tímida, unas manos seguras se enredaron con unas firmes.
A veces
encontramos lo que queremos cuando menos lo buscamos.
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L.Lobera
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